El Partido Nacional está
Gustavo Penadés
El transcurso de las horas fueron confirmando que la victoria del Partido Nacional era un hecho.
De la mano de su magistral conducción, el Dr. Luis Alberto de Herrera cumplía el sueño, tantas veces acariciado y negado por el destino, de llevar el Partido Nacional al ejercicio del poder. Atrás quedaban 90 años del sacrificio de los orientales que, de generación en generación habían transmitido la confianza y la esperanza en los blancos y en el Partido Nacional.
Superadas las divisiones, los recelos, el Partido se erguía como la alternativa a un tiempo que se mostraba agotado. Unidos en el ideal superador de las visiones particulares, el pueblo nacionalista,blancos y
no blancos, comprendía que la única opción era la del Partido Nacional.
Pasaron los años, y aquel aire fresco y renovador no pudo desplegarse en toda su plenitud. La mezquindad de algunos y los desaciertos de otros supusieron trabas muchas veces insalvables. Sacar a los blancos a cualquier precio fue un grito de guerra repetido hasta el hartazgo.
Los tiempos de la paz, del convencimiento en el progreso continuado e inexorable, dieron paso a la violencia de quienes soñaban con utopías importadas, haciendo a un costado las tradiciones, los valores de una sociedad que, pese a sus imperfecciones, exhibía la tolerancia y el respeto por el otro como su mayor orgullo.
A los duros años de violencia social, que tuvieron por principales animadores al Partido Comunista y a la guerrilla tupamara, siguieron los de quienes, con un signo contrario, también incurrieron en el gravísimo error de creer que es posible gobernar de espaldas al pueblo.
Como si el fatídico sino de Masoller se adueñara nuevamente de nuestro Partido, Wilson no puede ser Presidente y la muerte lo lleva en su momento de mayor esplendor.
Con el país otra vez en crisis, cuando otro tiempo se agotaba, Luis Alberto Lacalle aparece dando respuestas; constituyéndose en un hito, con una gestión de gobierno audaz y moderna, que hasta los más encarnizados enemigos no tienen más remedio que elogiar.
Hoy, nuevamente enfrentamos otro desafío. En pocos meses estaremos eligiendo un Presidente, pero más que ello, estaremos optando entre maneras diferentes de entender el mundo y el país.
Una, la de la teoría, la de la prepotencia, la del desconocimiento del Estado de Derecho. La otra es la nuestra, la del respeto a la ley; la que entiende que la actividad política no tiene sentido si no tiene por finalidad la dignidad del hombre; la que entiende que somos una Nación y no una agrupación de clases que luchan por dominarse.
A ese desafío estamos convocados todos. Pero, más aún, debemos convocar a todos. A los blancos, a los que nos votarán sin serlo, y también a aquellos que advirtieron que una cosa es la prédica teórica de los cenáculos y otra el conocimiento y el abordaje sensato y realista de los problemas y las dificultades, y más cuando el viento empieza a soplar en contra.
Por todo ello, nuestro Partido, unido en sus ideales y en sus hombres, confiados en un pasado que lo avala, y conciente de su responsabilidad histórica, no puede claudicar en su esfuerzo.
La gente está, y el Partido Nacional está.
El País Digital
Pasaron los años, y aquel aire fresco y renovador no pudo desplegarse en toda su plenitud. La mezquindad de algunos y los desaciertos de otros supusieron trabas muchas veces insalvables. Sacar a los blancos a cualquier precio fue un grito de guerra repetido hasta el hartazgo.
Los tiempos de la paz, del convencimiento en el progreso continuado e inexorable, dieron paso a la violencia de quienes soñaban con utopías importadas, haciendo a un costado las tradiciones, los valores de una sociedad que, pese a sus imperfecciones, exhibía la tolerancia y el respeto por el otro como su mayor orgullo.
A los duros años de violencia social, que tuvieron por principales animadores al Partido Comunista y a la guerrilla tupamara, siguieron los de quienes, con un signo contrario, también incurrieron en el gravísimo error de creer que es posible gobernar de espaldas al pueblo.
Como si el fatídico sino de Masoller se adueñara nuevamente de nuestro Partido, Wilson no puede ser Presidente y la muerte lo lleva en su momento de mayor esplendor.
Con el país otra vez en crisis, cuando otro tiempo se agotaba, Luis Alberto Lacalle aparece dando respuestas; constituyéndose en un hito, con una gestión de gobierno audaz y moderna, que hasta los más encarnizados enemigos no tienen más remedio que elogiar.
Hoy, nuevamente enfrentamos otro desafío. En pocos meses estaremos eligiendo un Presidente, pero más que ello, estaremos optando entre maneras diferentes de entender el mundo y el país.
Una, la de la teoría, la de la prepotencia, la del desconocimiento del Estado de Derecho. La otra es la nuestra, la del respeto a la ley; la que entiende que la actividad política no tiene sentido si no tiene por finalidad la dignidad del hombre; la que entiende que somos una Nación y no una agrupación de clases que luchan por dominarse.
A ese desafío estamos convocados todos. Pero, más aún, debemos convocar a todos. A los blancos, a los que nos votarán sin serlo, y también a aquellos que advirtieron que una cosa es la prédica teórica de los cenáculos y otra el conocimiento y el abordaje sensato y realista de los problemas y las dificultades, y más cuando el viento empieza a soplar en contra.
Por todo ello, nuestro Partido, unido en sus ideales y en sus hombres, confiados en un pasado que lo avala, y conciente de su responsabilidad histórica, no puede claudicar en su esfuerzo.
La gente está, y el Partido Nacional está.
El País Digital
A DERROTAR AL FA EN PRIMERA VUELTA
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